de la segunda mitad del siglo XX, parca en decoración, nos encontramos con un espacio difícil de resolver desde un punto de vista estético. El diseño logró transformar el templo en un lugar digno para la celebración y sugerente, orientado a fomentar la devoción de los fieles que acuden a él. La atención se centra primordialmente en el retablo, cuya arquitectura sencilla tiene reminiscencias neorrománicas. Está dividido en tres partes en las que grandes pinturas figurativas, de un realismo idealizado y muy coloristas, aparecen cobijadas por arcos de medio punto. El mayor de ellos, que ocupa el centro, representa la Crucifixión con la Virgen y san Juan a los lados de la Cruz, en un entorno natural. Los paneles laterales representan, en el mismo escenario, a santa María Magdalena y a san Pedro. El presbiterio se transformó por completo. Para su revestimiento se utilizó mármol rosa, de gran calidez, con el que también se realizaron el pedestal para el sagrario, el altar y el ambón, todos ellos con columnillas con capiteles y basas dorados. El pedestal del sagrario está ornamentado con un relieve dorado del pío pelícano, un símbolo iconográfico utilizado desde la Edad Media que representa a Cristo. En el altar, un relieve dorado del Cordero Místico recuerda al fiel su función como ara del sacrificio eucarístico.
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