El cáliz es un vaso sagrado que se utiliza en la liturgia cristiana para contener el vino que, al ser consagrado durante la Eucaristía, se convierte en la sangre de Cristo. Su uso remonta directamente a la Última Cena, cuando Jesús compartió el pan y el vino con sus discípulos, instituyendo el sacramento de la Eucaristía. Desde entonces, el cáliz se ha convertido en uno de los objetos litúrgicos más simbólicos y reverenciados del cristianismo.
Aunque originalmente era una copa común, probablemente de cerámica o metal sencillo, con el tiempo el cáliz fue adquiriendo mayor relevancia y ornamento. Hoy en día, se fabrica con materiales nobles como el oro o la plata, siguiendo directrices específicas de la Iglesia, y suele estar decorado con motivos religiosos que elevan su valor simbólico y espiritual.
El uso del cáliz se remonta a la Última Cena, narrada en los Evangelios, donde Jesús toma una copa de vino, la bendice y la entrega a sus discípulos diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derrama por ustedes” (Lc 22,20). Este gesto marca el inicio del vínculo entre el cáliz y la redención, haciendo de este objeto un elemento indispensable en la celebración eucarística.
La palabra “cáliz” proviene del latín calix, que a su vez deriva del griego kalyx, y simplemente significaba “copa”. Pero tras ese momento fundacional de la Última Cena, el cáliz adquirió un nuevo significado profundamente espiritual y sacramental, que permanece vigente en la liturgia cristiana actual.
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Aunque el cristianismo dio al cáliz un significado único, este objeto ya tenía usos rituales en culturas anteriores. En la tradición judía, por ejemplo, se utilizaban copas especiales durante el Séder de Pésaj, celebración en la que se conmemora la salida de Egipto. La Última Cena, en ese contexto pascual, fue probablemente una cena ritual con vino bendecido, lo que explica la presencia de una copa con connotaciones litúrgicas.
Tras la expansión del cristianismo y su institucionalización en el Imperio romano, los cálices comenzaron a fabricarse con metales preciosos y diseños ornamentales. En los primeros siglos, aún se utilizaban cálices austeros, pero con el paso del tiempo surgieron piezas decoradas con iconografía cristiana, inscripciones bíblicas y técnicas de orfebrería cada vez más complejas.
En la Biblia, el cáliz tiene una fuerte carga simbólica, que aparece en distintas escenas clave. En el Huerto de los Olivos, Jesús ora al Padre diciendo: “Si es posible, que pase de mí este cáliz” (Mt 26,39), refiriéndose al sufrimiento que iba a padecer. En este pasaje, el cáliz representa el dolor, el sacrificio y la aceptación del plan divino.
Pero también es símbolo de redención. Durante la Última Cena, Jesús instituye el cáliz como señal de la nueva alianza, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre” (Lc 22,20). Es decir, el vino contenido en el cáliz, consagrado, se convierte en la sangre del sacrificio que libera del pecado.
San Pablo también hace referencia al cáliz en su Primera Carta a los Corintios: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?” (1 Cor 10,16). Aquí, el cáliz es símbolo de comunión, participación y unidad del Cuerpo Místico.
La tradición cristiana ha buscado durante siglos el cáliz original que utilizó Jesús en la Última Cena, también conocido como el Santo Grial. Aunque existen diversas reliquias que reclaman ese título, una de las más reconocidas y veneradas es el Santo Cáliz de la Catedral de Valencia (España).
Esta pieza consta de una copa superior de ágata, datada entre los siglos I a.C. y I d.C., montada sobre una base posterior de estilo románico. Ha sido objeto de estudio por arqueólogos, historiadores del arte y teólogos.
Uno de los análisis más recientes fue realizado por el profesor Gabriel Songel, de la Universitat Politècnica de València, quien concluyó en 2024 que el cáliz fue ensamblado hacia el siglo XI reutilizando una copa mucho más antigua, compatible con el periodo de Jesús. El estudio destaca influencias celtas y visigodas en los detalles de las asas y filigranas, lo que reforzaría su conexión con el cristianismo primitivo.
Esta reliquia ha sido utilizada en varias ocasiones por los Papas, como Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, durante misas solemnes celebradas en Valencia.
El cáliz en la liturgia católica, es el vaso en el que se vierte el vino durante la misa. Tras la consagración, el vino se convierte en la sangre de Cristo, y el cáliz pasa a ser un objeto sagrado que contiene el misterio central de la fe cristiana.
Además de su uso funcional, el cáliz es símbolo de la presencia real de Cristo y de la entrega sacrificial que se renueva en cada misa. Durante la liturgia, el sacerdote eleva el cáliz en el momento de la doxología, y en algunas celebraciones los fieles también comulgan de él.
La normativa litúrgica exige que el cáliz sea de material noble, preferiblemente metálico, y que la copa esté dorada por dentro. Su diseño debe reflejar dignidad, reverencia y belleza, de modo que exprese la importancia del acto que se celebra.
Aspecto | Descripción |
Función litúrgica | Contiene el vino que, tras la consagración, se convierte en la sangre de Cristo durante la Eucaristía. |
Fundamento bíblico | Última Cena (Lc 22,20), Pasión de Cristo (Mt 26,39), y carta de San Pablo (1 Cor 10,16). |
Simbolismo principal | Redención, sacrificio, obediencia, comunión con Cristo. |
Materiales permitidos | Preferentemente metales nobles (oro, plata). El interior debe estar dorado si no es de oro. |
Normas litúrgicas | Debe ser digno, bello y estable. Se purifica después de la comunión. Solo ministros autorizados pueden manipularlo. |
Diseño y ornamentación | Puede incluir iconografía cristiana, inscripciones litúrgicas, decoración artesanal. Granda ofrece modelos clásicos y contemporáneos. |
Presencia simbólica | Es elevado junto a la patena en la doxología. Puede ser ofrecido a los fieles en la comunión bajo las dos especies. |
Relevancia histórica | Evolucionó desde copas simples a cálices ornamentales tras el Edicto de Milán (313 d.C.). El Santo Cáliz de Valencia es uno de los más estudiados y venerados. |
En Estados Unidos, el cáliz en la liturgia sigue siendo un objeto litúrgico de gran valor simbólico. En muchas parroquias, los cálices son donados por fieles como recuerdo de seres queridos o como ofrendas personales. En ellos, a menudo se incluyen inscripciones conmemorativas, nombres de familias o citas bíblicas, lo que les confiere un carácter aún más especial.
Aunque el cáliz es un objeto con siglos de historia, su diseño continúa evolucionando para responder a las necesidades estéticas, pastorales y litúrgicas del presente. En la actualidad, muchos talleres de orfebrería sacra, como Granda, trabajan desde un enfoque que combina respeto por la tradición, funcionalidad práctica y creatividad artística, dando lugar a piezas que enriquecen la experiencia litúrgica.
Hoy en día, los cálices no solo deben cumplir con las normas litúrgicas de la Iglesia (en cuanto a materiales, forma y uso), sino que también se busca que transmitan belleza y sacralidad, ayudando a elevar el espíritu de quienes participan en la misa. Este componente visual y simbólico es esencial, especialmente en contextos donde el arte sacro tiene un papel formativo y evangelizador.
Además, se valora cada vez más la posibilidad de personalización: comunidades religiosas, seminarios o parroquias pueden encargar cálices con inscripciones conmemorativas, escudos, fechas o símbolos propios de su identidad espiritual. Esta tendencia refleja el deseo de hacer del cáliz no solo un instrumento litúrgico, sino también un signo único de pertenencia, memoria y devoción.
En este contexto, la labor de Granda destaca por ofrecer una gama de cálices que abarca desde modelos clásicos de inspiración románica o gótica, hasta diseños actuales con líneas más depuradas (siempre elaborados con técnicas tradicionales de orfebrería y materiales de la más alta calidad). La atención al detalle, la fidelidad al simbolismo cristiano y la apertura a las necesidades concretas de cada comunidad hacen de sus cálices verdaderas obras de arte al servicio de la liturgia.
Desde 1891, Granda se dedica a embellecer la liturgia mediante la creación de objetos sagrados que combinan arte, fe y tradición. Fundada por el sacerdote y artista D. Félix Granda y Buylla, la empresa ha sido pionera en el renacimiento del arte sacro, manteniéndose fiel a los principios teológicos y estéticos de la Iglesia.
Granda ofrece una amplia colección de cálices litúrgicos, elaborados por artesanos especializados en su taller propio. Cada pieza es única, fabricada con materiales nobles como oro, plata o piedras semipreciosas, y responde tanto a criterios litúrgicos como artísticos. En su catálogo pueden encontrarse modelos clásicos, inspirados en la tradición medieval y renacentista, así como diseños contemporáneos que siguen las normas actuales del culto.
Además, Granda permite la personalización de cálices, ya sea para conmemoraciones, aniversarios, donaciones o necesidades específicas de una comunidad religiosa. Este enfoque, unido a una cuidada atención al detalle, ha convertido a Granda en un referente internacional en orfebrería litúrgica.
C/ Galileo Galilei, 19.
28806, Alcalá de Henares,
Madrid. España
info@granda.com
(+34) 91 802 36 55
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