La Iglesia celebra hoy la fiesta de san Juan de la Cruz, el místico reformador del Carmelo, quien falleció el 14 de diciembre de 1591 y fue canonizado el 27 de diciembre de 1726. Sus restos reposan en el convento de los carmelitas descalzos de Segovia, fundado por el santo en el siglo XVI. Lo hacen, precisamente, en una de las obras más significativas de cuantas dirigió nuestro fundador, don Félix Granda, en nuestros Talleres de Arte.
El sepulcro en el que descansa fue realizado como homenaje al santo en el segundo centenario de su canonización, en 1927. El año previo, en gran medida gracias al impulso del obispo de Segovia, monseñor Manuel de Castro Alonso, Su Santidad Pío XI había declarado a san Juan de la Cruz como Doctor de la Iglesia Universal.
Con este motivo como trasfondo, monseñor de Castro promovió, junto con la Orden del Carmen Descalzo, unas fiestas de gran relieve para celebrar el centenario, que incluyeron dos procesiones de su cuerpo incorrupto, un ciclo de conferencias y solemnes Misas.
El mayor esfuerzo se concentró en erigir un nuevo sepulcro dedicado al santo, costeado por suscripción pública; una verdadera obra artística que representara la ofrenda que los fieles le hacían y que tuviera vocación de eternidad, de modo que las generaciones futuras pudieran contemplar y participar del homenaje que se le rindió.
El diseño y ejecución del sepulcro se puso en manos de don Félix Granda, quien, como era habitual en él, no escatimó esfuerzos para hacer de ella una obra extraordinaria. Participaron en su realización cuatro importantes escultores que trabajaban entonces en sus Talleres de Arte: José Capuz, Julio Vicent y Juan Adsuara.
El sepulcro, de cuatro metros y medio, se encuentra en un camarín, obra también de don Félix Granda, en cuyo centro se alza, a modo de severo túmulo sobre el que descansa la urna funeraria. Está colocada sobre un gran cuerpo sostenido por columnas de mármol, que flanquean dos altares. Realizado en mármoles de distintos colores, bronces dorados y mosaicos, todo el conjunto transmite una sensación de solemnidad, grandeza y sobriedad.
Está inspirado en el Renacimiento español y se intuye en él cierta influencia del llamado Panteón de Reyes del monasterio del Escorial. Sin embargo, Granda rara vez reproducía en sus obras un estilo histórico único, sino que aunaba distintos elementos creando un arte ecléctico, pero de gran armonía y unidad.
Así, en el Sepulcro vemos motivos ornamentales de otros estilos, como las lacerías de las molduras y el artesonado que nos remiten al mudéjar. Granda no se detenía en los estilos antiguos y, de hecho, en el Sepulcro destaca un aspecto de gran actualidad en el arte de principios del siglo XX. Este es el uso del mosaico y de la azulejería, y en particular, de la técnica más conocida como trencadís, que emplea azulejos fracturados y unidos de manera más o menos aleatoria.
La utilización de estos recursos estaba presente en la obra de otros personajes destacados en el panorama artístico de la época, como los arquitectos Antonio Palacios, Luis Bellido o el genial Antonio Gaudí.
Al margen de su belleza, el mayor acierto del conjunto, que lo dota de trascendencia más allá de su estética, es su rico programa iconográfico. Su asunto central, es decir, la idea que aparece traducida en sus formas y colores, es la glorificación de san Juan de la Cruz por su santidad y doctrina, que le elevaron al altar y al doctorado de la Iglesia. La iconografía, como el propio santo y la Iglesia Católica, bebe en el Antiguo y Nuevo Testamento, en la vida de la Virgen, de los Apóstoles y Evangelistas, y en la trayectoria del Carmelo.
Por ello, el cuerpo sobre el que reposa la urna presenta en sus pilastras las esculturas de los Apóstoles y aparece en varios relieves la Virgen, como reina y doctora de la Iglesia y madre del Carmelo. La clave de este programa no es figurativa, sino que la encontramos en el propio sarcófago, donde san Juan de la Cruz se abraza a los pies de Jesús triunfante, quien le muestra la gloria que sigue al que marcha por el camino de la Cruz. Está realizada la urna con mosaico de esmalte negro, cruzado por bandas repujadas y cinceladas en bronce dorado que forman rombos y, en su interior, escudos e inscripciones cinceladas en plata con lemas que hacen referencia al santo.
En su frente anterior y posterior, en tarjetas en bronce dorado, se representa en relieves de plata a la Virgen como Reina de la Iglesia, con san Pedro y san Pablo, y a la Virgen sosteniendo en su regazo el Cuerpo muerto de Cristo. La rodean cuatro esculturas sedentes de bronce de las Virtudes cardinales y sus esquinas están adornadas con soberbias cabezas de león aladas doradas.
La comunión con Jesús, camino por el que el santo fue transfigurándose, se revela en los relieves del cuerpo principal, con escenas de la reforma del Carmelo, de milagros del santo y de su muerte. En sintonía con el mensaje central, los relieves de la predela son todos prefigurativos del sacrificio de la Cruz, que, junto al altar, nos hablan del sacrificio de la Misa. Así, en la predela posterior observamos el santo entierro de Cristo en el centro y, en los laterales, dos momentos distintos del sacrificio del cordero según la Antigua Ley. En la predela frontal, dos escenas con los asuntos de la Serpiente de metal y Moisés haciendo manar agua de la roca flanquean el sagrario. Su puerta está ornamentada con el sacrificio de Melquisedec en el centro, rodeado por otros elementos iconográficos de compleja interpretación, pero que pueden representar a dos de los cuatro jinetes del Apocalipsis, Jonás siendo devorado por el pez gigante y Eva. De forma paralela y según la crónica de la época, parece ser que las escenas en su conjunto son una representación de los cuatro elementos -fuego, tierra, agua y aire- que estarían representados respectivamente en la pira sacrificial, dos serpientes que penden sobre la figura que podría ser Eva, el gran pez y dos aves que acompañan a los jinetes.
El suelo es de mármol blanco, salvo la zona que rodea los altares, de mármol negro. El paramento está vestido con un zócalo con tableros de mármol rojo sobre el que hay un segundo cuerpo que, en cada uno de sus lienzos, divididos por tablas de mármol e incrustaciones de mosaico, presenta dos hornacinas con bóveda de cuarto de gajo. Tienen su fondo decorado con mosaico azul intenso, sobre el que se recortan seis figuras de santos de la Orden Carmelitana. No se han policromado sus carnaciones, sino que muestran la madera en su color, envueltas en sus mantos dorados y estofados, lo que añade sobriedad a sus expresiones místicas y revela su buena factura escultórica. Estos modelos realizados por nuestros Talleres, de hecho, tuvieron tanto éxito que, desde entonces, se ha solicitado su copia para numerosas iglesias carmelitas de todo el mundo. Representan a los fundadores, los reformadores y dos ejemplos de santidad de la Orden Carmelitana. Son san Elías, venerado como fundador de la Orden, santa Teresita del Niños Jesús, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, santa María Magdalena de Pazzis y san Alberto de Vercelli, quien trae las primeras reglas de la Orden. Entre las esculturas, sobre un tablero de mosaico hay tres relieves en bronce dorado con escenas de la historia carmelitana. Sobre este cuerpo, el paramento termina revestido con mármol gris hasta el techo, con cuatro serafines de bronce con las alas desplegadas que parecen contemplar y guardar el cuerpo del santo, y rematado con un gran friso de algo más de un metro, con lacerías con los emblemas de Castilla y de León.
Una bóveda cubierta con un artesonado de madera y mosaico azul y forma geométrica remata el camarín. En sus extremos hay ménsulas con los escudos del prelado monseñor de Castro, de la Orden del Carmen y de Segovia, así como cuatro globos eléctricos. Según la idea original de don Félix Granda, desde esta bóveda había de descolgarse sobre la tumba del santo una corona votiva inspirada por las del tesoro de Guarrazar, que sin embargo no llegó a realizarse.
El día 11 de diciembre de 1927 se depositó con gran solemnidad el cuerpo de san Juan de la Cruz en su nuevo sepulcro. Para ello, fue colocado en el sencillo baúl en el que, por primera vez, sus restos fueron trasladados en 1593 desde Úbeda hasta Segovia.
Bibliografía:
Fotografías: Calixto Berrocal (Treseñes) para Talleres de Arte GRANDA.
C/ Galileo Galilei, 19.
28806, Alcalá de Henares,
Madrid. España
info@granda.com
(+34) 91 802 36 55
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